Casi con dos meses de antelación estuvimos mi amigo Carlos y yo preparando el gran momento, buscando el sitio adecuado, preparando la estrategia, convenciendo a todas las partes implicadas… estábamos artos de ir a los reservados tipo Broxton a meterles mano y morrearnos hasta dejarnos los labios escocidos y un calentón de tres pares de huevos, teníamos que hacerlo como los adultos… ¡Necesitábamos una cama, coño! Por fin llegó ese sábado por la tarde. Encima de la mesa baja del salón, cuatro vasos de Gordon's con limón, Dire Straits en el cassette y un piso entero propiedad de la tía de mi amiguete para uso y disfrute de dos parejas de adolescentes de 15 años, después del paripé de rigor, cada pareja a su habitación…
Dentro de la misma, a oscuras (aunque era de día y el recibo de la luz estaba al corriente de pago) una joven que aún no sabía, que sin espatarrarse no se mete ni miedo, un gambolotino que le debía parecer de mala educación cogerse el pene para encararlo en su sitio y unas cuantas toneladas de absurda y patética timidez, truncaron mi primer intento de polvo.
El dolor de huevos me lo quite más tarde, en el baño de mi casa.
El dolor de huevos me lo quite más tarde, en el baño de mi casa.
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