La mañana era especial. Solecito, cielo azul, hotel de montaña, un río, un pantano, una pareja, unos amigos y un instructor muy cachondo que nos indica como hemos de proceder para disfrutar con el caballo.
Comenzamos el paseo y la verdad es que resulta muy interesante. Tranquilamente el animal nos traslada por sendas entre bosques, atravesando un río, bajando laderas y trotando al galope suavemente en algunos tramos. ¡Dejaos llevar por el movimiento! ¡No vayáis rígidos! Decía nuestro instructor. El dócil alazán sabe algebra, la compenetración con el instructor es tal, que incluso si este se durmiera en el trayecto los animales nos llevarían ellos solitos de vuelta a las cuadras.
La sensación es muy satisfactoria. Al acabar el paseo nuestro guía nos indicó como debíamos acariciar al animal para agradecerle su esfuerzo y así lo hicimos e incluso alguno se atrevió a cepillarlo bajo la supervisión de nuestro experto. Todo un lujo, fue mi primera vez y me pareció una grata experiencia. Lo que no sabía todo un rudo motero como yo es que los vaqueros de las películas fueran gente todavía mas dura de lo que aparentan.
A la mañana siguiente cuando hice ademán de levantarme de la cama, con el primer movimiento del cuello me pareció que alguien durante la noche me había colocado un collar de cuchillas de afeitar, en el siguiente movimiento los abdominales que tenía escondidos tras la barriga me parecieron mil cuchillos de cocina que se me clavaban al querer incorporarme. Llegué a creer que me había partido por la mitad. El siguiente movimiento que era el de sacar la pierna por debajo de las sábanas me escondió los huevos cerca de la garganta y al poner las rodillas en el suelo y apretar el culo para incorporarme se me subieron directamente a los ojos, los huevos digo.
Con las agujetas que tenía, el de Hellraiser a mi lado parecería una loca de fiesta por Sitges.
Comenzamos el paseo y la verdad es que resulta muy interesante. Tranquilamente el animal nos traslada por sendas entre bosques, atravesando un río, bajando laderas y trotando al galope suavemente en algunos tramos. ¡Dejaos llevar por el movimiento! ¡No vayáis rígidos! Decía nuestro instructor. El dócil alazán sabe algebra, la compenetración con el instructor es tal, que incluso si este se durmiera en el trayecto los animales nos llevarían ellos solitos de vuelta a las cuadras.
La sensación es muy satisfactoria. Al acabar el paseo nuestro guía nos indicó como debíamos acariciar al animal para agradecerle su esfuerzo y así lo hicimos e incluso alguno se atrevió a cepillarlo bajo la supervisión de nuestro experto. Todo un lujo, fue mi primera vez y me pareció una grata experiencia. Lo que no sabía todo un rudo motero como yo es que los vaqueros de las películas fueran gente todavía mas dura de lo que aparentan.
A la mañana siguiente cuando hice ademán de levantarme de la cama, con el primer movimiento del cuello me pareció que alguien durante la noche me había colocado un collar de cuchillas de afeitar, en el siguiente movimiento los abdominales que tenía escondidos tras la barriga me parecieron mil cuchillos de cocina que se me clavaban al querer incorporarme. Llegué a creer que me había partido por la mitad. El siguiente movimiento que era el de sacar la pierna por debajo de las sábanas me escondió los huevos cerca de la garganta y al poner las rodillas en el suelo y apretar el culo para incorporarme se me subieron directamente a los ojos, los huevos digo.
Con las agujetas que tenía, el de Hellraiser a mi lado parecería una loca de fiesta por Sitges.
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