jueves, 11 de octubre de 2007

EL RUBIO

La transformación sufrida fue una grata sorpresa, había engordado varios kilos, se había dejado la barba y era todo amabilidad y buen rollo, tanto es así, que por su aspecto le rebauticé cariñosamente como “Moisés”. Me recordaba al personaje bíblico por su semblante y por sus acciones conciliadoras. En esa época nos encontrábamos compartiendo habitación en un centro de desintoxicación y aunque de eso hace muchos años, cada vez que le veo nos saludamos con afecto cuando, por ejemplo, me lo encuentro de paseo de la mano de su mujer y su hija.

La primera vez que le vi, varios años antes, ya apuntaba maneras de santo, me hizo de mediador entre Juan “El hippie” y Cesar para que me pasaran algo que a estos dos no les salía el nabo de pasarme. ¡Que yo se la traía al pairo vamos! ¡Pasarle argo ar chavar! Sonó con voz de cazallero y estos asumieron de muy mala gana.

Él acababa de cumplir condena por varios atracos a entidades bancarias con una recortá en la mano y una afamada mala hostia ganada a base de palos. Estaba mucho más delgado, de figura cenceña, con esa barba de lija de tres días que crepitaba cuando se pasaba la mano por el cuello de gangarro, con el pelo corto y despeinao, camisa negra estilo “El cigala” y unas cuencas hundidas que contenían dos vidriosos ojos marrones, con unas diminutas pupilas en su interior. Después de darle una calada al cacharro que se estaba fumando, que parecía necesitar como una mascara de oxigeno, se despidió con la mano, sin mirarme, con la displicencia del que te perdona la vida y se marcharon en un Simca 1200 rojo descolorido. Fui su buena obra del día.

Le apodaban “El Rubio”.

Ahora es don Francisco, debe andar por los cincuenta y sigue siendo un bendito, su coraza juvenil dormita en el interior de su cabeza.

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