La música que sonaba era de “Art of noise”, “Propaganda”, “Frankie goes to Hollywood” y “Simple minds” entre otros muchos buenísimos grupos. El garito antes se llamaba “Cleofás”, era un Pub de estilo recargado como los que se montaban en la época.
Joaquín, “Cocoto” para los amigos, es el mayor de tres hermanos con amplia tradición hostelero/musical. Todos empezaron en “El Crack”, otro garito puntero por excelencia de la movida albaceteña junto con “El Saxo”, “California Bar” y otros por el estilo. Como decía, el padre de Joaquín se quedó con el “Cleofás” en el edificio centro y tras una reforma completa, este pasó a llamarse “El Rayao” nombre de lo mas acertado para lo que allí acontecía.
Si alguna vez existió algo muy, muy flash en Albacete, no tanto por la estética del local sino por la gente que lo frecuentaba, ese era “El Rayao”. Punkies, Mods, New moderns, New romantics, algún Heavy despistao a pillar algo y algún que otro hortera se daban cita entre sus tabiques. Entrar al local, ya te ponía, el ambiente era una mezcla de todas las drogas existidas hasta el momento, estar allí ya era toda experiencia psicotrópica, The Chemical Company que dirían ahora.
Mi camisa preferida era una que tenía el cuello de tirilla en un extremo y terminaba en cuello de pico en el otro, unos vaqueros, unos zapatones boogies negros y a triunfar en la noche.
Muy, muy de noche, llegaba el personal desde otros pueblos y provincias cercanas. De Almansa, de Villarrobledo, de Alicante, de Valencia, de Murcia, luego nosotros devolvíamos las visitas en Maná Maná de Santa Pola, en Barraca y en Chocolate en Valencia y en otros lugares, pero eso da para otra historia, en esta, entre risas e idas y venidas a otros garitos el cuerpo iba tomando ese cuelgue necesario para afrontar toda una jornada a pie de ritual de Weekend.
Cuando se cerraba el garito, a eso de las seis de la madrugada, un aluvión de coches se dirigía hacia la finca “La Petronila” y allí amaneciendo soltaban unas vaquillas, ponían música a toda hostia y en la barra tenías cervezas, bocadillos y copas para seguir la fiesta hasta las diez de la mañana.
En mi retina quedó grabado el estrábico de la cafetería “Hennessy” danzando cual equilibrista sobre la valla del tentadero con el sol saliendo detrás de él, la vaquilla en la plaza, el destello de los cubitos de mi copa al tragar y la Lola.
Sonando en mis oídos, el Alive & Kicking de los Simple Minds.
Joaquín, “Cocoto” para los amigos, es el mayor de tres hermanos con amplia tradición hostelero/musical. Todos empezaron en “El Crack”, otro garito puntero por excelencia de la movida albaceteña junto con “El Saxo”, “California Bar” y otros por el estilo. Como decía, el padre de Joaquín se quedó con el “Cleofás” en el edificio centro y tras una reforma completa, este pasó a llamarse “El Rayao” nombre de lo mas acertado para lo que allí acontecía.
Si alguna vez existió algo muy, muy flash en Albacete, no tanto por la estética del local sino por la gente que lo frecuentaba, ese era “El Rayao”. Punkies, Mods, New moderns, New romantics, algún Heavy despistao a pillar algo y algún que otro hortera se daban cita entre sus tabiques. Entrar al local, ya te ponía, el ambiente era una mezcla de todas las drogas existidas hasta el momento, estar allí ya era toda experiencia psicotrópica, The Chemical Company que dirían ahora.
Mi camisa preferida era una que tenía el cuello de tirilla en un extremo y terminaba en cuello de pico en el otro, unos vaqueros, unos zapatones boogies negros y a triunfar en la noche.
Muy, muy de noche, llegaba el personal desde otros pueblos y provincias cercanas. De Almansa, de Villarrobledo, de Alicante, de Valencia, de Murcia, luego nosotros devolvíamos las visitas en Maná Maná de Santa Pola, en Barraca y en Chocolate en Valencia y en otros lugares, pero eso da para otra historia, en esta, entre risas e idas y venidas a otros garitos el cuerpo iba tomando ese cuelgue necesario para afrontar toda una jornada a pie de ritual de Weekend.
Cuando se cerraba el garito, a eso de las seis de la madrugada, un aluvión de coches se dirigía hacia la finca “La Petronila” y allí amaneciendo soltaban unas vaquillas, ponían música a toda hostia y en la barra tenías cervezas, bocadillos y copas para seguir la fiesta hasta las diez de la mañana.
En mi retina quedó grabado el estrábico de la cafetería “Hennessy” danzando cual equilibrista sobre la valla del tentadero con el sol saliendo detrás de él, la vaquilla en la plaza, el destello de los cubitos de mi copa al tragar y la Lola.
Sonando en mis oídos, el Alive & Kicking de los Simple Minds.