El juez no se creyó que los
millones de euros que tenía en una cuenta en Suiza los hubiera obtenido de la
subasta de un sofá viejo por ebay y de la venta de unos duros de plata del tío sentao, herencia de mi abuela. Embargado
todo mi patrimonio y liquidez, no me quedó otra que hacerme gigoló. En mi
contra jugaba que ya tenía edad como para pensar en la jubilación. No obstante
me armé de valor y puse un anuncio en Internet del tipo “Se busca señora con
posibles que me retire del mercado…y blablabla.”
Pasados unos días, recibí un
correo de esos escritos en castellano-indio en el que se intuía que alguien
había leído mi anuncio. Era de una dama rusa que intentaba explicarme su
condición de viuda adinerada, que le gustaba mucho España y que si nos
entendíamos podíamos hacer un apaño. Lo primero que me vino a la mente... “Será
un jodio cardo, fijo”.
Cuando me mandó ésta y otras
fotos, miré hacia arriba buscando la cámara oculta. No podía ser verdad,
alguien me tomaba el pelo. Como no tenía nada que perder, seguí el juego.
Chateábamos en el ordenador, empezó a llamarme por teléfono y para no alargarme
mucho os diré que llegó el día en el que ella se desplazaba a España para
conocerme.
Fui a recogerla a la estación y
como yo aún no me creía nada, le dije a un amigo que me acompañara y aguardase
a unos metros por lo que pudiese pasar.
Me la levantó allí mismo, en la
estación. Cuando no están viajando, reposan en “El Cucurucho” en Sotogrande,
donde la viuda adquirió una humilde mansión.
Poco después encontré trabajo por
cuatro perras, en un puesto de fruta en el mercado, propiedad de una vieja
chocha y sorda que me pellizca el culo cuando le apetece.
Porca miseria….
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