Paseando por la calle, el olor a pescaito frito que provenía de los bares ofrecía otros matices diferentes. Al llegar a casa, me asomé a la ventana y miré las verdes hojas del árbol frente a ella. Bajé al patio y conté los capullos de las rosas en las jardineras ¡había siete! Una mariposa me dijo que quitase ya las sábanas de franela. Al atardecer, el sol me preguntó que si podía acompañarme un rato mas ¡Claro, joder! Le contesté. Al siguiente amanecer, ya se oían los polluelos de los gorriones en los nidos de los tejados. Cogí mi auto y fui a toda velocidad hasta el río más cercano. Al acuclillarme en su orilla, metí la mano en un torrente salpicando varias veces la ribera.
¡Ya era hora! Me dijo el río.
Si ¡Por fin ha llegado! Le contesté.
¡Ya era hora! Me dijo el río.
Si ¡Por fin ha llegado! Le contesté.
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