miércoles, 26 de septiembre de 2012

Ni para limpiar el establo



Hace años me resultaba sencillo ganarme unos centavos para mis vicios.

Almorzaba el pastel de manzana y la limonada de la Sra. Abbot mientras cambiaba las añejas maderas de su porche o compartía una cola con el viejo Sr. Radford tras repararle el surtidor de su gasolinera. Eran otros tiempos.

Ahora, después de haber trabajado como ayudante en la campaña del gobernador Nelson, de haberme codeado con los mejores ejecutivos de la Oldwyn Company, de reunirme en Washington con un montón de jefazos y de horas y horas de vuelo y carreteras, ahora, digo, a mis 46 años, es misión casi imposible ganarme un sustento.

Ni siquiera la Sra. Eddrick dejó que le limpiase el establo por un tarro de compota de ciruela y unas tortitas de maíz, me dijo que ya se lo hacía mejor el pequeño de los Parrish.

A saber lo que le “hacía mejor” el pimpollo a la vieja chocha.

Seguiremos intentándolo.

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