Almorzaba el pastel de manzana y
la limonada de la Sra. Abbot mientras cambiaba las añejas maderas de su porche o
compartía una cola con el viejo Sr. Radford tras repararle el surtidor de su
gasolinera. Eran otros tiempos.
Ahora, después de haber trabajado
como ayudante en la campaña del gobernador Nelson, de haberme codeado con los
mejores ejecutivos de la Oldwyn Company, de reunirme en Washington con un montón
de jefazos y de horas y horas de vuelo y carreteras, ahora, digo, a mis 46 años,
es misión casi imposible ganarme un sustento.
Ni siquiera la Sra. Eddrick dejó
que le limpiase el establo por un tarro de compota de ciruela y unas tortitas
de maíz, me dijo que ya se lo hacía mejor el pequeño de los Parrish.
A saber lo que le “hacía mejor”
el pimpollo a la vieja chocha.
Seguiremos intentándolo.
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