En el colegio público de San Fernando teníamos una profesora de historia algo despistada cuando hacíamos la EGB. En primavera los más folloneros nos sentábamos al lado de las ventanas que permanecían abiertas para ventilar el olor a humanidad y nos encendíamos un cigarro que nos pasábamos por debajo del pupitre para darle unas pocas caladas por turnos. Una mañana se lo acababa de pasar a un compi llamado Javier Rodenas, le dio una calada y tiro el humo por la ventana con tan mala fortuna que en esos precisos instantes el que pasaba por allí a escasos centímetros de su cara era su padre.
El papá era teniente del ejército de tierra, iba con su trajecito almidonado y con su cara de mala ostia de todos los días, se detuvo junto a la ventana y observó como su hijito se hacia todavía mas pequeño mientras se metía la colilla del cigarro encendido en la boca para apagarlo de manera instantánea. Yo estaba sentado justo detrás de el y manché de nicotina mis inmaculados calzoncillos blancos de marca “Abanderado”.
El teniente entró al colegio, llamó a la puerta del aula y pidió permiso educadamente a la profesora para que saliera su vástago. Cerraron la puerta tras de sí y solo alcanzamos escuchar unos susurros de conversación muy bajos seguidos de un plas y un clon.
Cuando entró llevaba marcados en la cara los dedos del papaito y supuse que también llevaría un buen chichón en la cocorota al rebotarle la cabeza contra la pared.
De poco le sirvió al teniente… en el último curso en vez de tabaco nos pasábamos un porrillo; pero eso si hacíamos gala de una buena atención concentrada y dividida, ya sabéis todo el rollo ese del autocontrol en situaciones de estrés, la capacidad de coordinación en situaciones operativas…. la ventana, el porrillo, la profesora….
¿Quién dice que a base de hostias no se aprende?
El papá era teniente del ejército de tierra, iba con su trajecito almidonado y con su cara de mala ostia de todos los días, se detuvo junto a la ventana y observó como su hijito se hacia todavía mas pequeño mientras se metía la colilla del cigarro encendido en la boca para apagarlo de manera instantánea. Yo estaba sentado justo detrás de el y manché de nicotina mis inmaculados calzoncillos blancos de marca “Abanderado”.
El teniente entró al colegio, llamó a la puerta del aula y pidió permiso educadamente a la profesora para que saliera su vástago. Cerraron la puerta tras de sí y solo alcanzamos escuchar unos susurros de conversación muy bajos seguidos de un plas y un clon.
Cuando entró llevaba marcados en la cara los dedos del papaito y supuse que también llevaría un buen chichón en la cocorota al rebotarle la cabeza contra la pared.
De poco le sirvió al teniente… en el último curso en vez de tabaco nos pasábamos un porrillo; pero eso si hacíamos gala de una buena atención concentrada y dividida, ya sabéis todo el rollo ese del autocontrol en situaciones de estrés, la capacidad de coordinación en situaciones operativas…. la ventana, el porrillo, la profesora….
¿Quién dice que a base de hostias no se aprende?
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