
El papá era teniente del ejército de tierra, iba con su trajecito almidonado y con su cara de mala ostia de todos los días, se detuvo junto a la ventana y observó como su hijito se hacia todavía mas pequeño mientras se metía la colilla del cigarro encendido en la boca para apagarlo de manera instantánea. Yo estaba sentado justo detrás de el y manché de nicotina mis inmaculados calzoncillos blancos de marca “Abanderado”.
El teniente entró al colegio, llamó a la puerta del aula y pidió permiso educadamente a la profesora para que saliera su vástago. Cerraron la puerta tras de sí y solo alcanzamos escuchar unos susurros de conversación muy bajos seguidos de un plas y un clon.
Cuando entró llevaba marcados en la cara los dedos del papaito y supuse que también llevaría un buen chichón en la cocorota al rebotarle la cabeza contra la pared.
De poco le sirvió al teniente… en el último curso en vez de tabaco nos pasábamos un porrillo; pero eso si hacíamos gala de una buena atención concentrada y dividida, ya sabéis todo el rollo ese del autocontrol en situaciones de estrés, la capacidad de coordinación en situaciones operativas…. la ventana, el porrillo, la profesora….
¿Quién dice que a base de hostias no se aprende?