viernes, 25 de abril de 2008

EL CURSILLO DE NATACION

Al poco tiempo de tomar la comunión vestido de marinerito y toda esa parafernalia, desde el cercano pueblo de Pozo Cañada vinieron a vivir a mi bloque una nueva familia. El Papá, la Mamá y una linda parejita de vástagos, ocuparon el bajo derecha por unos cuantos años. El padre, el Sr. Wesler, Ray Wesler, era todo un personaje, regordete y colorao le gustaban las tías mas que a un tonto un lapicero, putero y bebedor siempre recordaré de él las canciones inventadas que entonaba cuando nos llevaba a su hijo y a mi en un SEAT 850 color cagueta a la parcela que tenían en la carretera de Jaén, “El capuuullo moraaaaooo” tarareaba alegremente mientras nosotros nos mirábamos de reojo sonriendo en el asiento de atrás. A mitad de camino paraba en el bar “La jaula” se aplicaba un anís o un coñac y continuábamos ruta. La madre, la Sra. Wesler era la típica ama de casa entregada a sus quehaceres domésticos sin nada que resaltar de ella a no ser si acaso su falta de información de todo lo que acontecía a su alrededor o su interés porque así lo pareciese. La hija mayor, Karen padecía una deficiencia mental que le hacía morderse fuertemente el pulgar de la mano derecha cuando se emocionaba por algún acontecimiento tan banal como el simple encuentro con un vecino en la escalera. Leonard el hijo, me metió de lleno en eso de fumar pitillos de “Mencey” un tabaco negro muy barato que te inundaba los pulmones del peor de los alquitranes. El caso es, que cuando llegaba la primavera, Leonard le quitaba a su padre las llaves de la parcela y nos íbamos en las bicicletas a hacer las cosas propias de los nueve o diez años. Coger lagartijas, ponerle a la guita del zompo una moneda de dos reales, disparar con un rifle de plomos y quitarle los guardabarros a nuestros medios de locomoción.

El cursillo de natación lo hicimos solos, ni monitor ni hostias. Un monitor ¿eso qué eeehh? En una piscina con el agua del año anterior, con sus dos metros de profundidad, llena de bichitos zigzagueantes y con nuestros calzoncillos blancos de la marca “Abanderado” (bueno, blancos menos un rodal amarillo). Unos cuantos largos al estilo perrete y después nos tumbábamos en el césped a contemplar el cielo azul, los gorriones y el verde de las copas de los árboles mientras nos secábamos y nos fumábamos a medias un pitillo.

¿De ande vienes? Preguntaba mí madre a mí regreso.
Pos ná mama, daquí atrás.

miércoles, 16 de abril de 2008

¿TU QUE CREES?

Sentado en el sofá, con los pies extendidos encima de un cómodo cojín sobre la mesa del salón, contemplaba el hueco de la chimenea donde tengo un tiesto con un caladio (Caladium bicolor) que ahora en primavera me regala su mejor imagen. Un frondoso cuerpo de moradas hojas ribeteadas por un verde borde de unos seis o siete milímetros de ancho, sobre un achaparrado cántaro de barro con unas asas redondeadas que inevitablemente siempre me traen a la mente la silueta de una maruja esculpida por Botero.

En esa cómoda posición me encontraba arreglando el mundo entero cuando mi estomago mandó una clara orden a mi cerebro que me hizo retirar los pies del mullido cojín y calzarlos dentro de las chanclas que tenía debajo. Con un sosegado movimiento de pelvis me alcé y llegué hasta la cocina que está justo a la espalda del salón.

Con la mano derecha palpé la llave de la luz para encenderla y me planté frente al frigorífico con una idea fija en la mente. Con la mano izquierda abrí de par en par la puerta y apoyé mi cuerpo en el brazo mientras ojeaba su interior. La tenue luz que manaba desde dentro torneaba las siluetas de los envases de yogurt, del bote de ketchup, de las latitas de uvas peladas de hace dos navidades, del cacharro de las fresas. Tarros de alcachofas, de banderillas picantes y aceitunas se amontonaban en otro estante. Latas de atún, naranjas y tomates formaban un hermoso bodegón en el interior de la nevera como si de un Velázquez se tratara. Zumos, coca colas y cervezas ocupaban su sitio en los diferentes compartimentos junto a los huevos, el bote de la mayonesa y los brick de leche. Finalmente detuve la mirada en el tercer estante del que agarré con decisión el tupperware del embutido y lo dejé sobre la encimera de la cocina al tiempo que cerraba la puerta del frigorífico.

En una repisa de la cocina que tengo a la altura de las rodillas descansa el exprimidor, la sandwichera, las servilletas de papel y los cacharros de barro con los ajos y las cebollas. Justo al lado hay dos bandejas, una con sus asitas y unos motivos en tonos pastel para servir el café de las visitas y otra de plástico del “todo a cien” más de batalla. La segunda opción fue la elegida para lo que mas tarde acontecería.

Agarré una servilleta de papel y la desplegué a modo de mantel sobre la bandeja. Del tupperware del embutido saqué una cuña de queso manchego curado y con sumo cuidado retiré el plástico que la envolvía para poder reutilizarlo más veces. Puse mi vieja tabla de madera sobre la encimera y agarré del taco de cuchillos de cocina el más ancho que tengo y fui deslizándolo sobre la cuña de queso una y otra vez hasta obtener un montoncito de unos cuatro o cinco filetes de unos seis milímetros de espesor. Apoyándolos en mi pulgar con la destreza del mejor de los chefs les fui quitando la corteza hasta convertirlos en unos perfectos triángulos que fui amontonando encima del papel de la bandeja. Limpié el cuchillo con un trozo de rollo de cocina y lo dejé en el taco sacando seguidamente el de sierra con el que corté un buen trozo de barra de pan de leña y la abrí por la mitad dejándola también sobre la servilleta de papel de la bandeja. De manera autómata, casi sin pensarlo, cogí con dos deditos la aceitera y rocié la blanca molla del pan con el oro verde de los campos de Andalucía, cerrándolo casi al instante para oír como crujía su corteza entre mis manos.

Metí los triángulos de queso entre el pan y saqué el cacharro de las fresas. En un cuenco blanco de porcelana de Santa Clara decorado con unos trazos en azul marino fui cortando en pedacitos la roja carne de las fresas que dejaba cuidadosamente caer en el fondo del recipiente y cuando consideré que ya tenia suficiente enjuague mis manos y el cuchillo bajo el grifo del fregadero. Del panal que tengo encima de la nevera cogí una botella de Ribera del Duero y me serví un tiento en un copón de los pocos que me quedan para tal fin (se me rompen al fregarlos, los jodíos). Lo deposité en la bandeja con el resto y volví al salón para recuperar mi posición inicial.

Un rato después a eso de las nueve como casi todas las noches Catherine me llamó;

Hola nene, ¿Has cenao?
¿Tú que crees? Le contesté.

martes, 8 de abril de 2008

Me gustaría ser más ignorante todavía.

Cual insignificante aprendiz de filósofo, cada vez más a menudo me abstraigo como en un fugaz viaje astral y elucubro pensamientos sobre la evolución del ser humano. ¿Ande vamos con tanta evolución? Evolución involutiva, puesto que es cierto que la gente ya no muere terriblemente por las mismas enfermedades que en la edad media pero seguimos muriendo por otras cuanto no más numerosas y terribles. Viajamos mucho más rápido que antes pero pagamos con nuestra propia vida esa aceleración, sin hablar del alto coste económico y ambiental. Ríos cada vez más secos y llenos de mierda, mares cada vez más contaminados y especies desapareciendo en tierra, mar y aire a cada instante. Podría llenar páginas y páginas haciendo comparaciones que todos conocemos y nos hemos parado a pensar alguna vez y que manidamente se tratan en todos los medios, todos los días…..pfffffff…...un aburrimiento que nos conduciría aun estado pre-depresivo.

Existe una teoría que dice que al Homo Neardental se lo cargo "El comercio". Si nos comparamos con un Neardental probablemente la mayoría crea que ahora somos muy superiores a este lejano paso de la evolución. Él nunca hubiera imaginado nuestro mundo tal y como hoy lo vivimos, nuestras hipotecas, nuestros parques temáticos, nuestras escuelas de egoístas e intolerantes neardentalitos consumistas, nuestros préstamos del BMW, nuestros préstamos de la operación de aumento de pecho de la nena, nuestros suicidios por la bajada de las acciones en bolsa, nuestra anorexia, nuestra muerte a manos de los hinchas del equipo contrario, nuestros templos, divinidades y fanáticos voluntarios de la inmolación, ¿Nuestro derecho a manifestarnos libremente? ¿Nuestra cartilla del paro? ¿Nuestro derecho a un abogado de oficio para un juicio justo?

Diossssss como echaría de menos nuestro tosco hombrecito todos esos adelantos ¡Joder! Con la cartilla del paro podría fabricarle un Tampax a su pareja ¿Útil, no? Y esta a su vez se lo agradecería metiéndole un móvil por el culo cuando le acuciase una diarrea, siiiiii un Nokia de esos que dicen que son más resistentes. ¡Eeeeeeeeeeeiii! Y con una constitución de esas que dicen que somos todos iguales podrían empapelar las paredes de la cueva ¡Joder, pero que burro el tío! Como necesita los adelantos que tenemos ahora y lo que le facilitarían la vida. ¡Sus hijos ya no morirían de hambre o de extrañas enfermedades!

Que se puede esperar de un tío que bebe agua cristalina de los miles de manantiales que se encuentra en su camino, que cada vez que respira le entra a partes iguales una porción de aire oxigenado de la montaña y otra de brisa de eucaliptos y que mantiene una dieta basada en Dios sabe que cosas nada que ver por supuestisimo con nuestros saludables Mac'algo y telealgo. ¡Con lo necesario y útil que le sería conocer otros lugares desde el sillón de su cueva a través de una caja cuadrada! ¡Lo que se perdió este pobre desgracio con las visitas virtuales! Que se puede esperar de un tío que cuando levanta la vista solo ve un extraordinario paisaje natural y virgen ¡Sin una puta lata de Coca Cola o un Brik de Don Simón!

¡Bastante mierda de falta le hacia a este homínido estar perdiendo el tiempo leyendo por Internet a un gilipollas como yo!

P.D.: No voy a pedir perdón a los verdaderos filósofos por mi "atrevimiento" al realizar este ejercicio de autocrítica evolhumanoide, pero por si acaso yo también les perdono a ellos.